domingo, 3 de febrero de 2008

Vaya contratiempo, pero que perplejidad Ignatius!

Este fin de semana me he encontrado ante una de esas situaciones en las que debes decidir escoger un camino u otro, sin atajos, ni medianías. Ya saben o uno u otro. Una de esas situaciones en las que, escojas lo que escojas, la decisión siempre perjudica a una parte. Una de esas situaciones que no buscas y en la que te ves envuelto involuntariamente y de la que no puedes escapar. Ya saben.

Se lo explicaré, resulta que, por aquellas cosas de la vida, tengo en mi haber curricular la altísima responsabilidad de ser el protector, valedor, patrocinador, bienhechor, y favorecedor de dos criaturas a las que sus padres, con más fe que razón, me entregaron en la hora de su nacimiento, y de por vida. Si, si, uno de esos títulos vitalicios e irremediables. Ya saben.

Bien pues, heme aquí en mi tranquilidad sagrada que guardo y reservo para esos fines de semana en los que no deseas ver a nadie, cuando recibo la noticia inesperada de que mi ahijado y mi ahijada toman los votos sacramentales de Confirmación y Primera Comunión el mismo día, ay Dios mío. Si, si, el mismo día. No el día anterior y el posterior, tal vez del mismo fin de semana, o con una semana de diferencia. No. El mismo bendito y santo día. Una bomba atómica detonada en medio de un mar de inocentes florecillas al sol no hubiera perturbado más mi profundo bienestar.

¿Pero cómo?! ¿Acaso era ésto posible?! Diferentes edades, diferentes Sacramentos, distintos colegios, mil kilometros de distancia entre uno y otro, y, oh Dios mío, el mismo, exactamente el mismo día! Menos mal que gracias al Señor y a esa herencia recibida a lo largo de horas y horas tediosas de educación -que nos hace a algunos, privilegiados entre el resto- tan solo vacilé unos minutos. En seguida lo tuve claro: anularé los billetes y hoteles reservados para acompañar a mi ahijado, allá en la Pérfida Albión, durante su Confirmación, me dije. Si, eso está bien, y me arrojaré a los brazos de mi tierna ahijada como testigo orgulloso de su Primera Comunión, me dije. El, con esa madurez que le otorgan un montón de granos pubertos, lo entenderá seguro. Hay que tomarse muy en serio estos asuntos, me dije, y ella me necesita más.

Uno no toma responsabilidades en su vida, así que para una que le dan decido cuidarla al máximo: Investiga! me digo. Craso error, claro. Hay que holgazanear, lo demás es complicarse la vida. Pero me dejo llevar por ese sentimiento raro de responsabilidad que algunos tenemos y, aunque no lo crean, me voy al Código de Derecho Canónico, sí, sí, incluso al Catecismo de la Iglesia. Y.... Ah paradojas del destino, ah perplejidades donde las hayan. No se lo creerán ustedes, pero en todos los escritos que consulto solo encuentro la ineludible obligación de asistencia y presencia del padrino en dos Sacramentos. No en tres o cuatro, no, no. Solo en dos. Y les voy a decir a ustedes en cuales: el Bautismo y la Confirmación. Ojo, el Bautismo y la Confirmación! Ya, ya, en el del Matrimonio se habla de la posibilidad de asistencia de un padrino al albedrío de la loca pareja en trance... Pero la realidad fehaciente es que la necesidad exigida por la Santa Iglesia Romana de asistencia al ahijado desvalido es solo durante su bautizo y su confirmación.

Uhm, vaya, vaya, dirán ustedes. Menudo contratiempo, eh Ignatius? dirán ustedes. A lo que les contestaré que, como yo me tomo muy en serio estas cuestiones, no tengo duda alguna de lo que hacer. Lo tengo tan meridianamente claro que ahora mismo vuelvo a activar las reservas que tenía en aquella vieja isla a la que volveré, Dios mediante, para estar junto a mi ahijado en el día de su Confirmación. Y a mi ahijada un beso y un te quiero. Estarán ustedes conmigo.